Hornos de pan
El horno de pan de mi abuela fue el único elemento de tradición en mi familia, descrito por muchos y carente de registros o pruebas de existencia. Este horno como mi olfato fue construido por relatos, hilados de voz en voz y siempre ajenos. Es por esta razón que el horno se volvió en cierta medida mi Moby Dick, una obsesión. El horno es una ficción, pero también es un espacio de transformación de materia, es por excelencia mi atanor. Como bien lo menciona Luis Fernandez , el atanor es “una incubadora en la que el cuerpo material, su propio organismo, sufría, por obra del fuego, la metamorfosis que había de convertirlo en un nuevo cuerpo espiritual. Asimismo, su forma simbolizaba el útero terrestre[...].” (2010). Como podrán advertir lxs lectores, Fernández emplea el término espíritu como una metáfora para referirse a la transformación del cuerpo en humo.

Es así como estos pequeños hornos aluden no sólo al ejercicio de materializar un murmullo, o bien una memoria ajena, sino también a un intento de alquimia. Persigo una memoria distante y difusa de mi infancia, utilizando cáscaras de uchuva como fibra, construyendo mi versión de horno de pan, ladrillo por ladrillo. Cada pequeño bloque terracota brota de mis falanges y las toma como unidad medida. Nivel por nivel, fueron creciendo mis atanores, hasta casi cerrarse por completo. El repetir esta fabricación, pero cambiando el estilo del horno es fundamental; puesto que persigo un objetivo difuso,un atisbo del pasado, las rutas han de ser distintas.